viernes, 10 de abril de 2015

EDAD DE LA PRIMERA COMUNIÓN DE LOS NIÑOS


Resultado de imagen para primera comunionResultado de imagen para primera comunionHace mucho tiempo me hacía la pregunta de ¿Por qué los niños a partir de 4°, 5° y 6° de primaria recién hacían su primera comunión? fui averiguando en diferentes lugares, pero nunca encontré una respuesta, vi que sí se admitían niños de menor edad que pedían a sus padres hacer la Primera Comunión y más aún cuando leí este documento que el Santo Padre Pío X publicó sobre este tema, sin duda, la mejor edad de recibir e iniciar a alimentarse del Cuerpo de Cristo es cuando el niño no ha perdido su inocencia bautismal, cuánto tiempo hemos dejado a merced de tantos males y tentaciones a nuestros niños en Arequipa, pensé en la oración "como era en el principio, ahora y siempre" y me vino a la mente una idea, deberíamos volver a nuestras fuentes históricas cristianas, esta es una de ellas, la historia demuestra que nuestros niños que de muy corta edad producían frutos de santidad, porque tenían como alimento de su cuerpo y de su alma, a Jesús Eucaristía, veamos los frutos que en las familias se dan ahora, parece que todo mal y tentación nos vence fácilmente, ¡volvamos a alimentar a nuestros niños no de chatarra sino del ALIMENTO DE LOS FUERTES, del CUERPO y SANGRE DE CRISTO!!!!, te invito a rezar "nuestro auxilio es el CUERPO del Señor, que hizo el cielo y la tierra" y a leer algo de la historia de nuestra Santa Iglesia:
"QUAM SINGULARI"

DECRETO DE LA CONGREGACIÓN DE SACRAMENTOS

Sobre la comunión frecuente y de niños

8 de agosto de 1910

1. Amor de Jesús a los niños

 Cuán singular amor profesó Jesucristo a los niños, durante su vida mortal, claramente lo manifiestan las páginas del Evangelio. Eran sus delicias estar entre ellos; acostumbraba a imponerles sus manos, los abrazaba, los bendecía. Llevó a mal que sus discípulos los apartasen de Él, reconviniéndoles con aquellas graves palabras: Dejad que los niños vengan a Mí, y no se lo vedéis, pues de ellos es el reino de los cielos [1]. En cuánto estimaba su inocencia y el candor de sus almas, lo expresó bien claro cuando, llamando a un niño, dijo a sus discípulos: En verdad os digo, si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humillare como este niños, ése es el mayor en el reino de los cielos. El que recibiere a un niño así en mi nombre, a Mí me recibe [2].

2. La comunión de los párvulos

 Teniendo presente todo esto, la Iglesia católica, ya desde sus principios, tuvo cuidado de acercar los pequeñuelos a Cristo por medio de la Comunicación eucarística, que solía administrarles aun siendo niños de pecho. Esto, según aparece mandado en casi todos los rituales anteriores al siglo XIII, se hacía en el acto del bautismo, costumbre que en algunos sitios perseveró hasta tiempos posteriores; aún subsiste entre los griegos y los orientales. Y, para alejar el peligro de que, concretamente, los niños de pecho arrojasen el Pan consagrado, desde el principio se hizo común la costumbre de administrarles la Sagrada Eucaristía bajo la especie de vino.

 Y no sólo en el acto del bautismo, sino después y repetidas veces los niños eran alimentados con el divino manjar; pues fue costumbre de algunas Iglesias el dar la Comunión a los niños inmediatamente después de comulgar el clero; y en otras partes, después de la Comunión de los adultos, los niños, recibían los fragmentos sobrantes.

 3. Comunión al llegar al uso de razón

 Esta costumbre desapareció más tarde en la Iglesia latina y los niños no eran admitidos a la Sagrada Mesa hasta que el uso de la razón estuviera de algún modo despierto en ellos y pudieran tener alguna idea del Augusto Sacramento. Esta nueva disciplina, admitida ya por varios sínodos particulares, fue solemnemente sancionada por el Concilio general cuarto de Letrán, en el año 1215, promulgando su célebre canon número 21, por el cual se prescribe la confesión sacramental y la Sagrada Comunión a los fieles que hubiesen llegado al uso de la razón, con las siguientes palabras:

 Todos los fieles de uno y de otro sexo, en llegando a la edad de la discreción, deben por sí confesar fielmente todos sus pecados, por lo menos una vez al año, al sacerdote propios, procurando según sus fuerzas cumplir la penitencia que les fuere impuesta y recibir con reverencia, al menos por Pascua, el sacramento de la Eucaristía, a no ser que por consejo del propio sacerdote y por causa razonable creyeren oportuno abstenerse de comulgar por algún tiempo.

 El Concilio de Trento[3], sin reprobar la antigua disciplina de administrar la Sagrada Eucaristía a los niños antes del uso de la razón, confirmó el decreto de Letrán, lanzando anatema contra los que opinasen lo contrario: Si alguno negase que todos y cada uno de los fieles de Cristo, de uno y otro sexo, al llegar a la edad de la discreción, están obligados a comulgar cada año, por lo menos en Pascua, según precepto de nuestra Santa Madre la Iglesia, sea anatema[4].

 Por lo tanto, en virtud del citado decreto lateranense -aún vigente-, los cristianos, tan pronto como lleguen a la edad de la discreción, están obligados a acercarse por lo menos una vez al año a los sacramentos de la Confesión y de la Comunión.

4. La edad de la discreción

 Pero al fijar cuál sea esta edad de la razón o de la discreción, se han introducido en el curso del tiempo muchos errores y lamentables abusos. Hubo quienes sostuvieron que la edad de la discreción era distinta, según se tratase de recibir la Penitencia o la Comunión. Para la Penitencia juzgaron ser aquélla en que se pudiera distinguir lo bueno de lo malo, y en que, por lo mismo, se podía pecar; pero para la Comunión exigían más edad, en la que se pudiese tener más completo conocimiento de las cosas de la fe y una preparación mayor. Y así, según las diferentes costumbres locales y según las diversas opiniones, se fijaba la edad de la primera Comunión en unos sitios a los diez años o doce, y en otros a los catorce o aún más, excluyendo, entre tanto, de la Comunión Eucarística a los niños o adolescentes menores de la edad prefijada.

5. Daños y abusos

 Esta costumbre, por la cual, so pretexto de mirar por el decoro del Santísimo Sacramento, se alejaba de él a los fieles, ha sido causa de no pocos males. Sucedía, pues, que la inocencia de los primeros años, apartada de abrazarse con Cristo, se veía privada de todo jugo de vida interior; de donde se seguía que la juventud, careciendo de tan eficaz auxilio, y envuelta por tantos peligros, perdido el candor, cayese en los vicios antes de gustar los santos Misterios. Y aunque a la primera Comunión preceda una preparación diligente y una confesión bien hecha, lo cual no en todas partes ocurre, siempre resulta tristísima la pérdida de la inocencia bautismal, que, recibiendo en edad más temprana la Santa Eucaristía, acaso pudiera haberse evitado.

 Ni merece menos reprobación la costumbre existente en muchos lugares de prohibir la confesión a los niños no admitidos a la Sagrada Mesa, o de no darles la absolución, con lo cual es muy fácil que permanezcan largo tiempo tal vez, en pecado mortal, con gravísimo peligro de su salvación.

 Y aun es más grave, que en algunos sitios, a los niños no admitidos a la primera Comunión, ni aun en peligro de muerte se les permite recibir el Santo Viático; y si fallecen, enterrados como párvulos, no se les aplican sufragios de la Iglesia.

6. Restos de los errores jansenistas

 Tales daños ocasionan los que insisten tenazmente, más de lo debido, en exigir que a la primera Comunión antecedan preparaciones extraordinarias, no fijándose quizá en que tales excesivas precauciones son resto de errores jansenistas, pues sostenían que la Santísima Eucaristía era un premio, pero no medicina de la fragilidad humana. Muy al contrario sentía el Concilio de Trento, al enseñar que era antídoto para librarnos de las culpas diarias y para preservarnos contra los pecados mortales [5]; doctrina poco ha inculcada con empeño por la Sagrada Congregación del Concilio en su decreto del 26 de diciembre de 1905, por el cual se abre camino a toda clase de personas para comulgar diariamente, ya sean de madura, ya de tierna edad, exigiendo tan sólo dos condiciones: estado de gracia y pureza de intención.

 Ni hay justa razón para que, si en la antigüedad se distribuían los residuos de las Sagradas Especies a los niños, aun a los de pecho, ahora se exija extraordinaria preparación a los niños que se encuentran en el felicísimo estado de su primera inocencia, los cuales, por muchos peligros y asechanzas que les rodean, tanto necesitan de este místico Pan.

7. La decisión del Concilio Lateranense sobre la edad para la Penitencia y la Eucaristía. Los 7 años.

 Los abusos que hemos reprendido proceden de que no fijaron bien cuál era la edad de la discreción, quienes señalaron una para la confesión y otra distinta para la Comunión. El Concilio de Letrán exige sólo una misma edad para uno y otro sacramento, al imponer conjuntamente el precepto de confesar y comulgar. Y si para la confesión se juzga que la edad de la discreción es aquélla en que se puede distinguir lo bueno de lo malo, es decir, en la que se tiene algún uso de razón, para la Comunión será aquélla en que se pueda distinguir el Pan Eucarístico del pan ordinario: es la misma edad en que el niño llega al uso de su razón.

 No de otro modo lo entendieron los principales intérpretes del Concilio de Letrán y los escritores contemporáneos. Consta, en efecto, según la historia eclesiástica, que los niños de siete años fueron admitidos a la primera Comunión por muchos concilios y decretos episcopales ya desde el siglo XIII, poco después del citado Concilio Lateranense.

 8. Los autores eclesiásticos señalan lo mismo

 Tenemos, además, como testigo de suma autoridad, a Santo Tomás de Aquino, que dice: Cuando los niños empiezan ya a tener algún uso de razón, de modo que puedan concebir devoción a este sacramento (de la Eucaristía), entonces pueden ya recibirle [6]. Lo cual explana así Ledesma: Digo, fundado en unánime consentimiento, que se ha de dar la Eucaristía a todos los que tienen uso de razón, aunque lleguen muy pronto a este uso de razón, y a pesar de que el niño no conozca aún con perfecta claridad lo que hace[7]. El mismo lugar explica Vásquez con estas palabras: Desde el momento en que el niño llega al uso de razón queda obligado, por derecho divino, de tal manera que no puede la Iglesia desligarle de un modo absoluto [8]. Lo mismo enseña San Antonino: Cuando el niño es capaz de malicia y puede, por lo mismo, pecar mortalmente, queda por esto obligado a la confesión y, por consiguiente, a la Comunión [9]. El mismo Concilio de Trento llega a la misma conclusión cuando, al señalar en su citada sesión XXI, cap. 4, dice: los párvulos que carecen del uso de razón no tienen necesidad alguna de la Sagrada Comunión y no da otra razón fuera de que no pueden pecar, "Porque, dice, en aquélla edad no pueden perder la gracia de hijos de Dios que han recibido. De todo esto se deduce con claridad la mente del santo Concilio, a saber, que entonces vienen necesariamente obligados los niños a comulgar, cuando puedan ya perder la gracia por el pecado. Eco de tales palabras son las del Concilio Romano, celebrado bajo Benedicto XIII, al enseñar que la obligación de recibir la Eucaristía empieza después que los niños y niñas llegaren al uso de razón, a saber, en aquélla edad, en la cual pueden discernir este manjar sacramental, que no es otro que el verdadero Cuerpo de Jesucristo, del pan común y profano, y saber acercarse a recibirle con la debida piedad y devoción [10]. Y el Catecismo Romano afirma que nadie puede determinar mejor la edad en que deben darse a los niños los sagrados misterios que el padre y el sacerdote con quien aquellos confiesan sus pecados. A ellos pertenece, pues, explorar y averiguar de los niños si tienen éstos algún conocimiento y sabor de este admirable sacramento [11].

 9. Criterio para admitir a la primera Comunión

 De todo esto se desprende que la edad de la discreción para la Comunión es aquélla, en la cual el niño sepa distinguir el Pan Eucarístico del pan común y material, de suerte que pueda acercarse devotamente al altar. Así, pues, no se requiere un perfecto conocimiento de las verdades de la Fe, sino que bastan algunos elementos, esto es, algún conocimiento de ellas; ni tampoco se requiere el pleno uso de la razón, pues basta cierto uso incipiente, esto es, cierto uso de razón. Por lo cual, la costumbre de diferir por más tiempo la Comunión y exigir, para recibirla, una edad ya más reflexiva, ha de reprobarse por completo -y la Sede Apostólica la ha condenado muchas veces-. Y así el Papa Pío IX, de f. m., en la carta del Cardenal Antonelli a los Obispos de Francia, fechada el 12 de marzo del año 1866, reprobó severamente la costumbre que se introducía en algunas diócesis de retardar la primera Comunión hasta una edad más madura y predeterminada. La Sagrada Congregación del Concilio, el día 15 de marzo de 1851, corrigió un capítulo del Concilio Provincial de Ruán, que prohibía a los niños recibir la Comunión antes de cumplir los doce años. Con igual criterio se condujo esta Sagrada Congregación de Sacramentos en la causa de Estrasburgo, el día 25 de marzo de 1910, en la cual se preguntaba si se podían admitir a la Sagrada Comunión los niños de catorce o de doce años, y resolvió: "Que los niños y las niñas fuesen recibidos a la Sagrada Mesa tan pronto como llegasen a los años de la discreción o al uso de la razón".

10. Normas de la Sagrada Congregación para la primera Comunión de los niños

 Bien considerados estos antecedentes, esta Sagrada Congregación de Sacramentos, en la sesión general celebrada en 15 de julio de 1910, para evitar los mencionados abusos y conseguir que los niños se acerquen a Jesucristo desde sus tiernos anos, vivan su vida de Él y encuentren defensa contra los peligros de la corrupción, juzgó oportuno establecer las siguientes normas, sobre la primera comunión de los niños, normas que deberán observarse en todas partes:

• I) La edad de la discreción, tanto para la confesión como para la Sagrada Comunión, es aquélla en la cual el niño empieza a raciocinar; esto es, los siete años, sobre poco más o menos. Desde este tiempo empieza la obligación de satisfacer ambos preceptos de Confesión y Comunión.

• II) Para la primera confesión y para la primera Comunión, no es necesario el pleno y perfecto conocimiento de la doctrina cristiana. Después, el niño debe ir poco a poco aprendiendo todo el Catecismo, según los alcances de su inteligencia.

• III) El conocimiento de la Religión, que se requiere en el niño para prepararse convenientemente a la primera Comunión, es aquel por el cual sabe, según su capacidad, los misterios de la fe, necesarios con necesidad de medio, y la distinción que hay entre el Pan Eucarístico y el pan común y material, a fin de que pueda acercarse a la Sagrada Eucaristía con aquélla devoción que puede tenerse a su edad.

• IV) El precepto de que los niños confiesen y comulguen afecta principalmente a quienes deben tener cuidado de los mismos, esto es, a sus padres, al confesor, a los maestros y al párroco. Al padre, o a aquellos que hagan sus veces, y al confesor, según el Catecismo Romano, pertenece admitir los niños a la primera Comunión.

• V) Una o más veces al año cuiden los párrocos de hacer alguna Comunión general para los niños, pero de tal modo, que no sólo admitan a los noveles, sino también a otros que, con el consentimiento de sus padres y confesores, como se ha dicho, ya hicieron anteriormente su primera Comunión. Para unos y para otros conviene que antecedan algunos días de instrucción y de preparación.

• VI) Los que tienen a su cargo niños deben cuidar con toda diligencia que, después de la primera Comunión, estos niños se acerquen frecuentemente, y, a ser posible, aun diariamente a la Sagrada Mesa, pues así lo desea Jesucristo y nuestra Madre la Iglesia, y que los practiquen con aquélla devoción que permite su edad. Recuerden, además, aquellos a cuyo cuidado están los niños, la gravísima obligación que tienen de procurar que asistan a la enseñanza pública del Catecismo, o, al menos, suplan de algún modo esta enseñanza religiosa.

• VII) La costumbre de no admitir a la Confesión a los niños o de no absolverlos nunca, habiendo ya llegado al uso de la razón, debe en absoluto reprobarse, por lo cual los Ordinarios locales, empleando, si es necesario, los medios que el derecho les concede, cuidarán de desterrar por completo esta costumbre.

• VIII) Es de todo punto detestable el abuso de no administrar el viático y la extremaunción a los niños que han llegado al uso de la razón, y enterrarlos según el rito de los párvulos. A los que no abandonen esta costumbre castíguenlos con rigor los Ordinarios locales.

11. Aprobación del Sumo Pontífice y publicación

 Todas estas cosas decretadas por los Padres Cardenales de esta Sagrada Congregación las aprobó Nuestro Santísimo Padre el Papa Pío X en la audiencia del día 7 del corriente mes y mandó dar y publicar el presente decreto.

 Mandó además a todos los Ordinarios que notificasen dicho Decreto, no sólo a los Párrocos y al Clero, sino también al pueblo, al que quiso fuese leído todos los años en lengua vulgar durante el tiempo del precepto pascual. Los mismos Ordinarios deberán, al final de cada quinquenio, juntamente con los demás negocios de la Diócesis, dar cuenta también a la Santa Sede de la observancia de este Decreto, sin que obste nada en contrario.

 

Dado en Roma en el domicilio de esta Sagrada Congregación, el día 8 del mes de Agosto de 1910


Más aún la ciencia ha comprobado que la Eucaristía es no sólo alimento del alma sino que es alimento del cuerpo como lo podemos corroborar en el caso de la joven francesa Marta Robin  (Marthe Robin)cuya historia ha dejado a más de uno con la boca abierta... veamos este video

http://gloria.tv/media/3MG5UAJ8two 

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y lee su historia a continuación:


Marta Robin (Marthe Robin)
Marthe es la sexta hija de un matrimonio de humildes campesinos de la pequeña localidad de Chateauneuf-de-Galeur, no lejos de Lyon.
En 1928, cuando tenía 26 años de edad, es golpeada por una encefalitis –que le paraliza todos sus músculos, incluso aquellos que inconscientemente  permiten deglutir alimentos y bebidas- y quedará por el resto de su vida postrada inmóvil en la cama, agravada posteriormente por la ceguera y la imposibilidad de dormir. Al comienzo podia aún mover los dedos pulgar e índice de una de las manos y pasar las cuentas del rosario. Poco tiempo duró esa pequeña facultad de movimiento perdiéndola y quedando entonces  completamente inmóvil a no ser por su cabeza, la que podia mover ligeramente. Es también desde los 26 años que no puede tomar ni siquiera un sorbo de agua. Cuando los médicos la forzaban a hacerlo, ante la imposibilidad de la deglución, el agua le salía por las narices.
Según la medicina, Marthe Robin debía morir pronto y lo único que se podía hacer era llamar a un sacerdote para recibir la unción de enfermos como último viático. La joven, en extremo piadosa, prepara su alma para entregarla al Señor y recibe los sacramentos un miércoles. Una semana después, Robin sigue viva y la familia vuelve a llamar al sacerdote para que la conforte en sus «últimos días» con la Comunión. A la semana siguiente, Marthe vive aún. Y así semana tras semana, mes tras mes... hasta 53 años vivió Marthe desafiando las ciencias biológicas y la más elemental experiencia que sin comida ni bebida se muere. Su alimento y bebida era la sola Eucaristía.
Su padre espiritual le traía la Sagrada Eucaristía una vez por semana. En más de una ocasión, tanto él como otros sacerdotes que la visitaban, pudieron ver la Sagrada Forma escapar de sus manos y volar directamente a la boca de Marthe. Hasta un Obispo testificó que vio como se disolvía una vez que pasaba sus labios.
Una vez que recibía su comunión semanal entraba en éxtasis y comenzaba a revivir la Pasión y Crucifixión de Cristo. En su cuerpo aparecían los estigmas y las heridas de la flagelación así como las de la corona de espinas. Actualizaba, en su frágil cuerpo, el momento de la cruz y, en el de la muerte de Cristo, ella aparecía muerta. Y así hubiera permanecido si no hubiera sido que el padre espiritual el domingo la llamaba nuevamente a la vida, a lo que Marthe respondía por obediencia.
No comía, no dormía, pero estaba en constante oración e intercesión por el mundo. En los días que no revivía la Pasión, había un gran aflujo de visitantes. Como Padre Pío, poseía el carisma de ver el interior del alma de las personas y simplemente les decía aquello que tenían más necesidad de oír.  También como el Padre, no soportaba quienes iban a verla por mera curiosidad y esperaban que les adivinara el futuro.
Ella sabe que es el propio Jesús quien le da las fuerzas para seguir viviendo: «No hay que asombrarse de que yo pueda vivir en total ayuno. El cuerpo y la sangre de Cristo son mi alimento sobreabundante».
Su relación mística con Dios fue más allá del aspecto fenoménico y milagroso, para desconcierto de los que dudan de la verdad de estos hechos. Y así, todos los viernes, sufría tal identificación con la Pasión de Nuestro Señor, que padecía las angustias visibles y similares a las que sintió Cristo en Getsemaní.
Entre los miles de testigos, entre ellos algunos muy calificados como cardenales, obispos y hombres prominentes de la cultura, que pudieron dar fe que por más de 50 años Marthe sobrevivió con el único alimento de Cristo, está el gran filósofo, escritor y miembro de la Academia de la Lengua, Jean Guitton, amigo del Papa Pablo VI y el único laico que participó de sesiones del Concilio Vaticano II, quien escribió un libro, «El retrato de Marthe Robin».
Al comienzo Guitton vio a Marthe como un fenómeno, quedando fascinado porque nunca dormía y concluyendo que era un “cerebro viviente” constantemente activo. Pronto, por supuesto, descubrió que ella era “mucho, pero mucho más que eso”. En su libro sobre Marthe Robin dice: «soy consciente de que esta obra es desconcertante e irritante para muchos que van a dudar de la verdad de lo que cuento. No obstante, quiero responder a sus objeciones con las pruebas evidentes de la verosimilitud de este relato».
Otro filósofo francés muy conocido, Marcel Clement, recuerda su primer encuentro con Marthe durante la segunda Guerra Mundial. Ciertamente, Clement había oído hablar de ella. Así que muchas eran las preguntas que quería hacerle a esa mujer extraordinaria quien, no habiendo nunca escuchado radio o mirado TV o leído diarios, parecía saber todo lo que ocurría en el mundo.
Lleno de preguntas de índole intelectual y filosófica, se acercó por vez primera a la habitación que estaba en penumbras.
Después de un momento de silencio, Marthe empezó la conversación: “Bonjour M. Clement”.
“Bonjour Marthe”.
“¿Ha visto a mi cabra cuando vino para aquí, M. Clement?”
Algo sorprendido, el joven filósofo, confirmó que sí, que la había visto.
“Estoy preocupada por mi cabra, M. Clement”.
“Ah, si Marthe”.
“Sí, M. Clement, pienso que tiene un problema de hígado”.
Ya para entonces, el joven sofisticado había perdido el habla.
Marthe siguió: “Sí. Pienso que tiene un problema en el hígado y que lo mismo le pasa al Padre Finet (su director espiritual) y eso me preocupa de él”.
Ese fue el primer encuentro entre la estigmatizada y el filósofo, que luego sería un amigo de toda la vida. Treinta años después le preguntó: “Marthe, ¿te acuerdas de nuestro primer encuentro? Tú me hablaste de tu cabra”.
“Sí”, dijo ella. “Tú necesitabas ser traído a la tierra y a la realidad de cada día y a las preocupaciones humanas”.
Foyers de Charité fueron fundados por Marthe desde su lecho en su habitación a oscuras, para ser hogares de “luz, caridad y amor”.
La Santísima Virgen le dio instrucciones específicas sobre qué debían ser y acontecer en esas casas por Ella queridas. Cada casa debía ser conducida por un sacerdote, “el Padre”, y los retiros debían ser en silencio, exceptuando las oraciones y las predicaciones del Padre, llevando a una renovación completa de la fe de los participantes. Y debían durar cinco días. Tres días “no eran suficientes para cambiar un alma”.
Los retiros eran basados sobre todo en las enseñanzas del gran apóstol mariano san Luis de Monfort. Por cierto, ocurrió una vez que, luego de un éxtasis, encontraron una copia del “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” (de Monfort) en la cama de Marthe. Nadie supo cómo había llegado allí. Marthe luego dijo que ¡había sido la Virgen quien lo había dejado!
Otro historiador francés, JeanJacques Antier, en su libro «El viaje inmóvil», concluye que el milagro de Robín no se agota en su inexplicable subsistencia sino que va más allá de ella. Desde su cama en una aldea remota, y con la fuerza de la oración, logró fundar más de 70 «Hogares de Caridad» en los cinco continentes.
Marthe Robin muere el 6 de febrero de 1981 y veinte años después, los directores de estas casas de acogida han logrado introducir en Roma el proceso de beatificación que hoy estudia la Congregación para la Causa de los Santos y que está en estado adelantado.
También como Padre Pío y otros que vivieron un alto grado de unión con Nuestro Señor, Marthe sufrió asaltos del Demonio. E igual que Padre Pío, Marthe era muy discreta acerca de sus experiencias sobrenaturales. Pero, a menudo comentaba a sus amigos más cercanos su especial relación con santa Teresa de Lisieux, quien se le apareció en tres ocasiones. Le había dicho que su obra, como la de la santa, sería mucho mayor después de su muerte y le dijo que su misión sería grande para continuar en su “caminito”.
Luego de su primer acto de abandono de 1925, Marthe lo renueva en 1939 diciendo: “Señor, me ofrezco, me doy a mí misma nuevamente a Ti por todas las almas del mundo, por la santidad de tus amados sacerdotes, especialmente por aquellos cuyos pecados llevo en mi corazón. Que a través de mí, Señor, por mi oración, por mi amor, por mis sufrimientos, por mi inmolación, por toda acción exterior que pueda yo tener, que por mi entera vida, el apostolado de ellos sea más efectivo, más fructífero, más santo, más divino."
Marthe rezaba por sus amados sacerdotes: "que sus Misas sean menos una suntuosa ceremonia exterior en la que están ocupados, distraídos, distantes y más un acto de profunda ternura."
Otra similitud con Padre Pío, era que ella también podía ver más allá de su horizonte. Podía decirle a su padre espiritual exactamente qué había pasado ese día durante el retiro en el Foyer, en el pueblo. Podía decirle qué partes de las charlas que dio fueron buenas y cuáles, por ejemplo, estuvo algo distraído. Esa capacidad y preocupación por el bien de los retiros llegaban a los ínfimos detalles en ella.
Cuando Marthe murió, a los 79 años de edad, luego de sufrir la Pasión y Crucifixión por última vez en febrero del 81, más de 250 sacerdotes y varios obispos concelebraron en su funeral. 

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